miércoles, 25 de noviembre de 2020

Así fueron las últimas horas de Diego

 



Se nos fue. Nos dejó el tipo que marcó una época. El genio que pintó las canchas como nadie, el que dibujó sonrisas con una pelota. Diego Armando Maradona ya se abrazó con Dios, seguramente le habrá agradecido por haberle prestado su nombre acá en la Tierra. Pelusa vivió a su manera, al taco, siempre a mil. Y nos soltó la mano un mediodía en silencio, cuando nadie lo esperaba. Hoy todos somos hijos de la lágrima, el llanto nos desborda. ¿Diego ya no está? No se puede creer. Pero es así. Sus últimos días fueron tan cambiantes como su vida toda, y sus últimas horas se consumieron en la casa del country de Tigre que le habían alquilado para que se recuperara en paz.

No pudo ser. La evolución venía siendo tan favorable que nadie esperaba este desenlace. Su entorno, sus médicos, su familia, todos confiaban en una pronta recuperación porque lo veían entero. Se había bancado, como tantas otras veces, una bien brava. Fue el 3 de noviembre cuando entró en el quirófano de la Clínica Olivos. Una junta médica armada de urgencia se hizo cargo de la cirugía. El hematoma subdural en el sector izquierdo de su cráneo era un tema. Y salió. Todo fue un éxito. Después de una semana le dieron el alta, todas eran sonrisas. Los médicos estaban chochos por la evolución del astro, que siempre pareció a prueba de balas. Esta vez no le aguantó el corazón.

El 25 de noviembre de 2020 no será un día más en la historia. Es el día que se nos fue. Es el día de la mayor desgracia para el deporte mundial. Diego ya no está, seguramente estará haciendo jueguitos para Dios, a lo mejor se arma un fulbito con los ángeles. Ese 25 de noviembre Maradona se levantó temprano, como cualquier otro día de estos últimos que venía viviendo. Desayunó algo, caminó un poco y unas horas después volvió a recostarse, como solía hacerlo para descansar y recuperar energías. Controlado por un psicólogo, una psiquiatra y su enfermera persona, de Swiss Medical, el Diez debía levantarse al mediodía para tomar un medicamento. Nunca ocurrió. Cuando la enfermera fue a intentar despertarlo, lo encontró descompensado, desvanecido. La reacción inmediata fue llamar a la ambulancia. Según testigos del barrio y algunos medios, un médico vecino fue el primero en socorrerlo, pero luego esa información fue desmentida. Enseguida fueron llegando las ambulancias. Nueve en total: no había nada que hacer. El corazón del mejor jugador de todos los tiempos no aguantó más. Se nos fue Diego. Un paro cardiorrespiratorio se lo llevó para siempre.

En los últimos días Pelusa era otro Pelusa. El viernes de su cumpleaños 60 no dejó una buena imagen cuando fue a la cancha por el partido que tenía que jugar su Gimnasia contra Patronato. Se lo vio abatido, sin fuerzas. El lunes siguiente su médico personal, Leopoldo Luque, decidió internarlo en La Plata, para estabilizarlo y que se recuperara de una anemia. Diego andaba bajoneado, por el encierro, por la pandemia, porque el Covid lo había alejado de su amor, el fútbol. Una tomografía que pidió Luque acercó más malas noticias: el famoso hematoma. Y la historia conocida.

Parecía que Diego le estaba ganando otra vez a la muerte. Pero su cuerpo no se bancó mucho desorden durante su vida. Hacía años que se había apartado de las drogas, pero en la actualidad el alcohol no lo dejaba ser feliz. Por ese tema discutía con su gente, con sus familiares, con su entorno. Por eso el plan de su familia y de su entorno era controlarlo las 24 horas. Por eso enfermera y psicólogo. Por eso una habitación preparada especialmente para cuidarlo como si estuviese en un hospital.

Pero la vida del astro dijo basta a las 12 del mediodía de ayer, según se desprende de las palabras uno de los fiscales por cuestiones naturales. "No se advirtió ningún signo de violencia", aseguró John Broyad, el fiscal general de San Isidro, de acuerdo a los primeros indicios obtenidos por los investigadores. La hora y pico que duraron los intentos de reanimación fueron en vano. Nada sirvió. Dios había llamado a su puerta. Tenelo en la gloria, Señor. Y gracias por haberlo hecho argentino.

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